Esa tarde ella transitaba con prisa y desánimo por las calles caóticas del Centro. Este había sido un día ambiguo, poco grato, friccionado. Se sentía infiel a sus sueños, pues su verdad era otra, sin embargo sentía pronto lograría retomar su camino.
De repente notó más ruido. Ella sentía se desplomaría, percibía su existencia andar sin ella ordenarlo, su cuerpo se movía solo, sus pensamientos escasearon y el silencio se apoderó de su interior, al tiempo que aumentó el bullicio exterior. Estaba agotada tras varias noches de insomnio.
En cada paso se sentía desvanecer, se difuminaba su ser lentamente, juró no alcanzaría a llegar su trabajo, solo le faltaba una cuadra cuando soltó al destino su vida entera. Al cerrar los ojos tuvo una visión de la mirada penetrante de alguien, unos ojos, tal vez anónimos. "¿Pero a quién le pertenece esa mirada?", se preguntó cuando todo se esclareció.
La entropía seguía su cause, siluetas, empujones, todo se tornó a gris y una luz se dejaba ver entre la multitud. Ella sabía quién era el dueño de esa energía, pero nunca habían cruzado palabra más allá de lo formal hasta ese momento cuando conectaron sus miradas. Ambos dejaron escapar una sonrisa de sus rostros. Mientras se acercaban ella notó que esos eran sus ojos los que había visto en su visión hacía un instante.
Y sucedió así, sin chistar palabra se diluyeron en un abrazo intenso y prolongado. Ella acarició su aroma, se llenó de seguridad y luz, él la estaba haciendo vibrar con su presencia, disipó todas sus dudas y temores. Suavemente él le susurró al oído: "acababa de pensar en ti y apareciste entre la multitud". Ella lo abrazó más fuerte y él correspondió.
Para ellos el Universo desapareció, se fusionaron logrando captar el latido acelerado del corazón del otro. Suavemente se desprendieron, mirándose fijamente entre sonrisas tímidas sin saber qué decir. "¡Qué abrazo! me siento recargado", exclamó él rompiendo el silencio. A lo que ella respondió con un coqueto: "mis abrazos son poderosos". Él la contempló con picardía, sin perder más tiempo, la invitó a salir y ella aceptó sin titubear.
Más tarde esa noche se encontraron, la sincronía se afinaba, la conversación y el baile fluían bajo el resplandor de la luna nueva. Él procuró ella se sintiera bien, mientras ella disfrutó compartir con él. Solo al final de la noche, cuando se despedian sucumbieron ante los labios del otro, eran besos que hacían erizar, eléctricos, apasionados, dirigidos por el ritmo de su respiración.
Transcurrieron las horas, notaron el tiempo cuando sintieron el resplandor del sol en la atmósfera junto al canto de los periquitos y al fogaje matutino. Aún confundidos por la efervescencia del encuentro, decidieron parar, dejar más para el siguiente encuentro. Él la dejó en su casa y continuó su camino, sabiendo que deseaba sentirla cerca otra vez.
-Syl Cassalins-
@scassalins
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